La noche anterior a la tormenta fue clara y las estrellas brillaban mas que nunca. Si no fuera por la predicción meteorológica, por las imágenes de satélite y porque llevábamos dos días preparándonos para el tifón se diría que todo era una broma pesada, que serían solamente cuatro gotas y un poco de viento.
El día siguiente amaneció ultimando los preparativos para la evacuación, puertas y ventanas selladas con tablones de madera y de chapa, los coches cargados de tanques de buceo y plomos en contra de la posibilidad de vuelco, barcos bien amarrados y asegurados y todo aquello que pudiera salir volando puesto a buen recaudo. Pero toda precaución es poca cuando amenazan vientos de mas de 100 km/h y rachas de hasta 150.
El plan inicial era refugiarse en la sala de equipo y pasar la noche allí las once personas que vivimos en el resort. Parecía una buena idea hasta que llegó Steve con el parte meteorológico. Steve es un tipo peculiar, según dice su tío murió en la Batalla de Peleliu en septiembre de 1944 en el bando norteamericano y ahora había venido a trabajar a la isla a buscar las minas antipersonales que aún quedan por encontrar, según sus palabras: “Si caminas por la jungla mira muy bien donde pones los pies”. En solo 3 años habían encontrado mas 3000 y hay que decir que nadie hasta el momento le ha explotado ninguna. El caso es que este señor nos dijo que el pueblo no era lugar seguro y que se esperaban olas de hasta 40 pies acompañando a la tormenta (si no me fallan los cálculos, eso son 13 metros). Según él, lo mejor era ir a refugiarse a las cuevas que hay en las colina. Hay que decir que gran parte de la isla esta agujereada como un queso suizo. Durante la Segunda Guerra Mundial las tropas japonesas utilizaron Peleliu como base militar y la prepararon para la batalla, así que bajo las montañas se esconden pasadizos, grutas y sistemas de cuevas que construyó es ejército Nipón, o simplemente utilizaron las que estaban hechas de manera natural.
Después de ver un par de ellas nos decidimos por una que estaba mirando al sureste y a buen recaudo de los vientos del norte, allí pasamos la noche. Fue un poco como buscar piso en la jungla. Así que nos llevamos comida, agua y los efectos personales que no deseábamos perder, todo lo demás se iba a quedar en nuestras habitaciones.
La cueva elegida, hasta la fecha se venia y se viene utilizando como atractivo turístico, estaba arriba del todo de una escalera de piedra acompañada por una barandilla verde que llevaba a una abertura por la cual asomaba un cañón antiaéreo japonés, por el otro lado había una entrada que comunicaba con dicho cañón y un túnel sin salida de unos 10 metros de largo, todo perfectamente camuflado en la espesura de la jungla. A los pies de la escalera yacía un tanque anfibio americano mas oxidado que los pezones de la Duquesa de Alba. Lo cual entre otras cosa me recordaba que un tifón no iba a ser peor que lo que pasó aquí en 1944.
Nos instalamos allí sobre las 3 de la tarde. Lonas en el suelo, mantas, luces, velas, algún que otro insecto y a esperar el chaparrón. Aunque todavía era pronto, se esperaban los primeros embates del tifón sobre las 7 de la tarde y los vientos mas fuertes entre las 12 y las 3 de la madrugada. Así que salí a pasear. Bajé a mirar aquel tanque totalmente roído por el tiempo e invadido por la vegetación. Pasaban las horas y parecía que a Bopha (que así le llamaron al Tifón) le costaba llegar. Aún el viento era débil y llovía de vez en cuando. Me di una vuelta por la jungla. Allí encontré otra cueva, custodiada por una barricada oxidada de viejos barriles de gasolina, otro antiguo enclave japonés.
Mas tarde comimos algo, arroz, un sandwich y no se cuantas bananas verdes hervidas, que lo único que consiguieron fue convertir al día siguiente mi intestino en una autopista libre de peajes, así que me ahorraré los detalles.
Sobre las 9 de la noche parecía que la cosa empezaba a ir en serio. El viento soplaba fuerte pero al menos no llovía mucho, ya que esa roca caliza de la que esta hecha la montaña no se cuanto aguantaría hasta comenzar a filtrar el agua y tener goteras en el interior. Los filipinos que allí estaban, tan acostumbrados a los tifones, mientras la jungla se venía abajo dormían a pierna suelta. En su país sufren del orden de 6 tifones al año, ya están acostumbrados, pero a los demás nos costaba dormir. Yo no paraba de mirar la puerta de la cueva y mientras pasaban las horas se podía ver como las espesura de la jungla iba perdiendo densidad poco a poco, el estrépito de árboles que iban cayendo se mezclaba con el sonido del viento, que por otra parte acojonaba de verdad, eran ya las 12, el momento crítico. Yo no lograba dormir y las horas se hacían interminables y seguía mirando hacia afuera. Lo siguiente fue una rama que se desprendía justo en frente de la entrada de la cueva y medio árbol caía encima del cañón. Pero ni una gota de ese viento se colaba en nuestro refugio. Solo una leve brisa que mantenía a los mosquitos en vereda. Ciertamente habíamos escogido un buen sitio para pasar la noche.
A eso de las 4 de la mañana el viento empezó a decaer y la lluvia se intensificó, así que llegaron las goteras a la cueva y un reguero de agua se abría paso a través de la entrada. Eso me despertó del único momento en que había podido coger el sueño en toda la noche. Allí me desvelé y solo quedaba esperar la luz del día y que cesara la lluvia. Desayunamos un poco (mas bananas y café) mientas la nubes ocultaban el sol, amaneciendo así el día gris.
Sobré las 9 de la mañana del día siguiente todo paró, momento en que aprovechamos para ver como había quedado todo después de la tormenta, y literalmente media jungla se había venido abajo. Arboles partidos por la mitad y bloqueando el paso de la salida de la cueva, ramas rotas por todos lados, el cañón japonés cubierto de vegetación caída, las escaleras de salida también bloqueadas etc… Suerte que a alguna mente inteligente se le ocurrió llevar los machetes, los cuales hicieron mas fácil abrirse paso hacia afuera. Siempre había querido hacer esto.
Sobre el mediodía volvimos al resort, no había daños materiales, por suerte todo estaba en su sitio.
Pero la isla entera estaba que parecía que la habían metido en una batidora. Carreteras cortadas por árboles caídos de mas de 10 metros de alto, muchos partidos por la mitad, algunos arrancados de raíz, cocos, bananas y papayas tirados por los caminos, lineas de alta tensión rotas, barcos hundidos o perdidos, una casa literalmente arrancada de su lugar y puesta en medio de la carretera. Ciertas partes de la selva que antes gozaban de aspecto saludable y con un follaje espeso ahora parecen perros famélicos. Solamente en el resort, para darle de nuevo el aspecto original hemos tenido que trabajar durante tres días, cortando retirando y limpiando vegetación de todos los rincones. De momento estamos sin electricidad desde hace mas de una semana y por lo que se dice permaneceremos así durante 15 días mas y disponemos de agua solo 8 horas al día, 4 por la mañana y 4 por la tarde.
Por suerte todo el mundo esta bien y no ha habido que lamentar perdidas. Aunque la isla del norte, Babedoab, la que ha recibido mas fuertemente la furia de la tormenta, mas de 300 personas se han quedado sin casa.
Es interesante ver como ante esta adversidad, solamente los árboles de raíces mas fuertes y con el tronco mas flexible son los que mejor han podido sobrellevar el desastre siguiendo aún en pie. Un poco así como las personas.